sábado, 20 de febrero de 2010

Microelementos (II). Yodo y zinc

¿Qué son?

El yodo es un elemento halógeno cuyo nombre deriva de la palabra griega para “violeta”, que es color que tiene este mineral en estado gaseoso. Poco abundante en la corteza terrestre, suele formar parte de compuestos y también puede encontrarse como yodo molecular, al igual que el resto de los halógenos. Nuestro organismo contiene entre 20 y 50 miligramos de yodo.

El zinc es un metal blancoazulado de gran importancia para la industria; asimismo, su presencia es general en los seres vivos, animales o plantas, pues cumple un papel decisivo en el crecimiento. El cuerpo humano contiene alrededor de 40 miligramos de zinc por cada kilogramo de peso.


¿Para qué sirven?

El yodo cumple una importante función reguladora de la glándula tiroides, donde se almacena hasta que es necesario su empleo en la producción de las hormonas tiroxina y triyodotironina. Estas hormonas regulan nuestro metabolismo, especialmente en relación al crecimiento, maduración y buen funcionamiento del sistema nervioso central. Asimismo, el yodo participa en el metabolismo de los hidratos de carbono y en la síntesis del colesterol, regula el metabolismo basal, facilita la eliminación del exceso de grasa y mantiene la salud de cabello, uñas y dientes.

Por su parte, el zinc también realiza importantes funciones reguladoras, pues interviene en el metabolismo de proteínas y ácidos nucleicos, estimula la actividad de unas cien enzimas, colabora en el buen funcionamiento del sistema inmunológico, es necesario para la cicatrización de las heridas e interviene en las percepciones del gusto y el olfato y en la síntesis del ADN. El zinc es determinante para el crecimiento y el desarrollo sexual, y mantiene en buen estado piel, uñas, pelo y mucosas.


¿Cuáles son las fuentes vegetales de estos nutrientes?

El yodo es especialmente abundante en el medio marino; por eso, algunos de los alimentos más ricos en yodo son las algas (kombu, hijiki) y la sal marina sin refinar, o bien enriquecida con este mineral (la denominada “sal yodada”). Otros vegetales, como las hortalizas y las setas pueden contener pequeñas cantidades de yodo, siempre que hayan crecido en tierras ricas en este elemento, generalmente cercanas a la costa. Alimentos como las coles (repollo, brócoli, coliflor, coles de Bruselas), la linaza cruda, el boniato o el maíz, pueden interferir con la absorción del yodo, aumentando su necesidad. Estas interferencias, no obstante, sólo deben tenerse en cuenta en el caso de consumir una dieta muy pobre en yodo.

En el caso del zinc, podemos encontrarlo en cantidades importantes en las legumbres (garbanzos, lentejas, judías), los cereales (quinoa, centeno, germen de trigo), las semillas (calabaza, sésamo, girasol) y los hongos (champiñones).


¿En qué cantidad debemos ingerirlos?

La cantidad diaria recomendada de yodo es de 150 microgramos; el rango de ingestión que permite un correcto funcionamiento de la tiroides se sitúa entre los 100 y los 300 microgramos diarios de este mineral. Un consumo inadecuado puede provocar hipotiroidismo, entre cuyos síntomas se encuentran la fatiga extrema, depresión, aumento de peso, piel seca o amarillenta, falta de memoria, menstruación larga y dolorosa, disminución del metabolismo basal e hipotermia. En mujeres embarazadas puede producir abortos y deformidades fetales, así como cretinismo en los niños, que se manifiesta a través de deficiencias mentales y retraso en el crecimiento. El hipotiroidismo aumenta los niveles de colesterol y homocisteína; asimismo, conlleva la ausencia o disminución de las hormonas tiroideas en la sangre, que puede provocar, bocio, un agrandamiento o hipertrofia de la glándula que produce una proliferación celular excesiva o hipertiroidismo, entre cuyos síntomas se encuentran el aumento del apetito, sed, pérdida de peso, debilidad general, intolerancia al calor, nerviosismo y problemas cardiacos.

En cuanto al zinc, se recomienda ingerir 8 miligramos en el caso de las mujeres y 11 en el de los hombres. Estas cantidades están basadas en una tasa de absorción cercana al 20%, pues nuestro organismo necesita entorno a 2,5 miligramos diarios de este mineral. Las tasas de absorción de este mineral varían entre un 10% y un 40% sin que hasta el momento se hayan podido relacionar las mismas con los diferentes tipos de dieta. La deficiencia de zinc perjudica al sistema inmunitario, genera retardo en el crecimiento, pérdida del cabello, diarrea, impotencia, lesiones oculares y de piel, pérdida de apetito y de peso, tardanza en la cicatrización de las heridas y anomalías en el sentido del olfato. Aparte de un ingesta deficitaria, la falta de zinc puede relacionarse con el alcoholismo, que reduce su absorción, y la excesiva eliminación del mismo a través de la orina debido a desórdenes digestivos. El exceso de zinc interfiere en la absorción de otros minerales, como el hierro, y disminuye la función inmunológica y los niveles de colesterol interno.