domingo, 24 de octubre de 2010

Vitaminas (IV). A, E, K (II)

¿Cuáles son las fuentes vegetales de estos nutrientes?
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Los beta-carotenos están presentes en vegetales de colores rojo, naranja y amarillo, tanto frutas (albaricoque, melón, mango, nectarina, papaya, caqui, melocotones, pomelo, sandía) como hortalizas (zanahoria, calabaza, batata, tomate, pimientos rojos y amarillos, boniato). Cuanto más intensos sean estos colores, mayor es el contenido de beta-carotenos en dichos alimentos. Las verduras de color verde oscuro (acelgas, espinacas, berros, albahaca, espárragos, lechuga) y las coles (brócoli, coles de Bruselas, col rizada) también son ricas en beta-carotenos, aunque no presentan los colores anteriores debido al predominio de la clorofila. Asimismo, encontramos beta-carotenos en el alga nori, los brotes de soja y en algunas frutas secas, como las ciruelas. Otros productos vegetales, como la leche de soja, la margarina o los cereales de desayuno, pueden estar enriquecidos con vitamina A.

La vitamina E está presente en numerosos alimentos vegetales, siendo particularmente abundante en aceites vegetales no refinados (como el aceite de oliva virgen o el de girasol), frutos secos (nueces, almendras, avellanas), semillas (girasol, sésamo, lino) y ciertos derivados de los cereales (como el germen de trigo y los diferentes panes integrales). Asimismo, podemos encontrar esta vitamina en verduras de hoja verde y coles (espinacas, espárragos, brócoli), frutas (aguacate, mango, aceitunas, manzanas) y en otros alimentos como la soja, el alga hijiki, la levadura de cerveza, el tomate, la margarina o los germinados.

Por su parte, la vitamina K está presente en verduras de hojas verdes (lechuga, espinaca, repollo, espárragos, perejil, hojas de nabo) y coles (col, coles de Bruselas, coliflor, col rizada, brócoli), así como en legumbres (lentejas, guisantes, soja y sus derivados), cereales (germen de trigo, germinados de alfalfa), frutas (aguacate, kiwi, plátano), aceites vegetales (soja, oliva, girasol, maíz), hortalizas (tomate, apio, calabaza), semillas y frutos secos (semillas de girasol, pistachos), algas (nori, hijii) y verduras fermentadas.
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¿En qué cantidad debemos consumirlos?
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Aunque las cantidades diarias recomendadas de vitamina A varían, generalmente se aconseja consumir 800 microgramos a las mujeres y 1000 a los hombres. La cantidad máxima recomendada es de 3000 microgramos, pero esta no se aplica cuando la fuente de vitamina es el beta-caroteno, ya que nuestro cuerpo sólo transforma la cantidad necesaria, almacenando el resto en el hígado y otros tejidos grasos. En caso de una ingesta elevada de beta-carotenos, se produce una pigmentación anaranjada en las palmas de pies y manos, que desaparece cuando se regulariza su consumo y que resulta inocua para nuestro organismo. Si se consume vitamina A en suplementos o alimentos enriquecidos, sí es posible sufrir una intoxicación, que puede llegar a ser letal para los niños.

Entre los síntomas de avitaminosis, encontramos el deterioro progresivo de la visión (ojos secos, falta de lagrimeo, enrojecimiento de los ojos, xeroftalmia, ceguera nocturna y ceguera), alteraciones en las uñas, los dientes, la piel, el cabello, y las mucosas, reducción de la resistencia a infecciones, inapetencia, pérdida de olfato, fatiga y retraso en el crecimiento. La posibilidad de sufrir esta avitaminosis aumenta en quienes abusan del alcohol o padecen una enfermedad que les impide asimilar las grasas, como la fibrosis quística o la enfermedad de Crohn. La hipervitaminosis provoca descamación de la piel, sequedad de las mucosas, pérdida de cabello, visión borrosa, irritabilidad, depresión, náuseas, vómitos, diarrea, fiebre, dolor de cabeza y abdominal, debilidad muscular, insomnio, fatiga, pérdida de peso y anemia. En caso de llegar a niveles tóxicos, puede provocar el crecimiento del bazo y dolor en las articulaciones, así como disminución de la masa ósea. Esta toxicidad aumenta cuando se produce un consumo excesivo de alcohol o en caso de fallos renales o hepáticos. No obstante, es necesario insistir en que la hipervitaminosis sólo se produce si se consumen suplementos o alimentos enriquecidos en vitamina A, nunca a partir de alimentos vegetales, pues estos sólo contienen beta-carotenos, cuyo exceso resulta inocuo para nuestro organismo.

La cantidad diaria recomendada de vitamina E es de 15 miligramos. No obstante, esta dosis se considera muy baja para que la vitamina pueda llegar a tener efectos terapéuticos, los cuales tendrían lugar a partir de una ingesta de 200 o incluso 500 miligramos, cantidades que sólo se alcanzan acudiendo a suplementos vitamínicos. En cualquier caso, se recomienda no sobrepasar los 1000 miligramos de vitamina E, aunque la toxicidad de esta vitamina es muy baja. La ingesta de vitamina E debe aumentarse cuando se utilizan anticonceptivos orales, y no suele resultar peligrosa más que para las personas que tienen problemas de coagulación o van a someterse a una intervención quirúrgica, ya que puede provocar sangrados. El déficit de vitamina E aparece en personas que padecen una enfermedad que les impide asimilar las grasas, como la fibrosis quística o la enfermedad de Crohn, así como en el caso de problemas en el hígado que impiden su absorción, dietas bajas en grasas y medicamentos como los antiácidos o los empleados para el tratamiento del colesterol. Para mejorar los niveles de vitamina E en estas situaciones, se recomienda emplear suplementos vitamínicos, preferiblemente durante las comidas. Los niveles de vitamina E también pueden descender debido a una insuficiencia de zinc.

Entre los síntomas de avitaminosis se observa falta de vitalidad, apatía, irritabilidad, disminución de la energía física, dificultad para mantener el equilibrio, piernas pesadas, pies hinchados, varices, retención de líquidos, anemia hemolítica (destrucción de glóbulos rojos), alteraciones oculares, daños en el sistema nervioso, falta de concentración, respuesta inmune disminuida, debilidad o atrofia muscular, e incluso pérdida de la potencia sexual. La hipervitaminosis puede aumentar la tendencia a hemorragias, deteriorar la función de los glóbulos blancos, causar mareos, cefalea, hipertensión, fatiga, dolores abdominales, náuseas, diarreas, visión borrosa y problemas en la libido, así como disminuir la resistencia a infecciones y la presencia de vitamina C en sangre.

La cantidad diaria recomendada de vitamina K oscila entre 65 microgramos para mujeres y 80 para hombres, hasta 90 o incluso 120 microgramos para ambos. No obstante, se calcula que, siguiendo una alimentación variada y manteniendo la flora intestinal en buenas condiciones, la media de absorción diaria de esta vitamina se sitúa entre los 300 y los 500 microgramos. La vitamina K sintética o medianona puede resultar tóxica en dosis excesivas, ya que se almacena en la sangre y provoca anemia hemolítica y daños en el hígado. En las mujeres embarazadas, esta toxicidad produce sofocos, sudoración y presión en el pecho; en los bebés, reacciones alérgicas y daño cerebral. Las formas de vitamina K natural, filoquinona y menaquinona, son almacenadas en el cuerpo sin producir toxicidad. Por su parte, factores como las grasas rancias, la radiación, los rayos X, la aspirina y la polución ambiental pueden destruir la vitamina K.

La avitaminosis de vitamina K puede causar fragilidad capilar y hemorragias en cualquier parte del cuerpo, incluyendo el cerebro, la médula espinal y el tracto intestinal, así como abortos espontáneos, sangrado de la nariz, enfermedades celulares y diarrea. Aunque esta carencia es poco común, afecta a personas que padecen enfermedades que impiden la asimilación de las grasas, que presentan lesiones u otras alteraciones en el tracto gastrointestinal, a celiacos y a quienes sufren insuficiencia biliar o una mala utilización hepática, así como a aquellas que consumen antibióticos, medicamentos contra el colesterol y la epilepsia, anticoagulantes o altas dosis de vitaminas A y E de manera prolongada. Por otro lado, esta carencia de vitamina K también puede provocar deposiciones de calcio en tejidos blandos, como las paredes de los vasos arteriales, lo que conlleva el desarrollo de arterioesclerosis; así como malformaciones del desarrollo óseo como la calcificación de los cartílagos. Los recién nacidos también pueden presentar síntomas de avitaminosis, ya que carecen de las bacterias que la sintetizan en el intestino y no poseen reservas hepáticas, pues el difícil que esta vitamina atraviese la placenta. Por eso es necesario estar alerta ante la aparición de hemorragias en ellos, ya que pueden resultar letales.

sábado, 9 de octubre de 2010

Ser vegetariana es... redescubrir el sabor


Uno de los prejuicios más extendidos acerca de la comida vegetariana es que no sabe a nada. Según mi experiencia, sin embargo, lo que ocurre es justo lo contrario: es el omnivorismo quien disminuye de manera alarmante nuestra capacidad de saborear.

Para mí, seguir una dieta vegetariana es como dejar de fumar. Muchos ex-fumadores atestiguan que el tabaco les impedía saborear la comida, al dejar insensibles sus papilas gustativas. Para mí, la carne tiene un efecto parecido: te impide saborear nada que no sepa a lo que ella sabe.

Esa fue la experiencia que yo tuve la primera vez que fui vegetariana. Al poco tiempo, descubrí que la mayor parte de los alimentos que, hasta ese momento, había considerado insípidos, tenían en realidad sus propios sabores, sutiles e intensos al mismo tiempo, y mucho más variados que los de la carne.

Posteriormente, cuando volví a ser omnívora, sufrí un desagradable reencuentro con lo que algunos llaman sabor. Tal y como lo expresaba por aquel entonces, todo me sabía a barbacoa. La gente no entendía qué quería decir, pero yo sentí cómo, de pronto, todo ese universo de variedad y sutilezas había desaparecido, siendo sustituido por un monótono e intenso sabor a ahumado.

Algo parecido ocurre también con los lácteos y el huevo. Aunque todavía continúo consumiéndolos, lo hago muy de vez en cuando y en pequeñas cantidades. Por eso, cada vez que tomo, por ejemplo, un yogur elaborado con leche de vaca, siento algo así como si pegara mi boca a las ubres del animal. De alguna manera, creo que los productos animales tienen un manera de saber muy característica, fácilmente identificable en todos ellos una vez que nos deshabituamos a ingerirlos.

Por todo ello, es hasta cierto punto normal que las personas omnívoras encuentren dificultades para saborear todo aquello que no sea carne. Sin embargo, si se dieran la oportunidad, descubrirían la riqueza y diversidad en sabores que ofrece el mundo vegetal. Una riqueza nutritiva, saludable, ecológica y, sobre todo, ajena a la crueldad.