viernes, 17 de abril de 2009

La mirada verde

No sabría si llamarlo causa o efecto, pero creo que una de las cualidades que necesariamente se asocian con la cultura vegetariana es lo que he tenido a bien bautizar como la mirada verde.

A veces, la mirada verde tiene lugar por pura necesidad. Llegas a un restaurante que no es vegetariano, y más que leer la carta te ves obligada a inspeccionarla para encontrar los platos que puedes comer. Y entonces la mirada verde te descubre una nueva realidad: aun cuando crees que conoces bien el menú de ciertos restaurantes, empiezan a aparecer platos en los que anteriormente no habías reparado y que, si bien pueden no ser especialmente suculentos, te permiten sobrevivir. Ser vegetariana sigue siendo posible, y la mirada verde te ofrece nuevos argumentos para que puedas convencerte de ello.

Otras veces, la mirada verde es producto de la curiosidad. Visitas el supermercado de siempre y escudriñas cada estante en busca de variedad y calidad, y aunque el enanito gruñón te diga que no vas a encontrar nada nuevo, resulta que hay versiones integrales de lo te interesaba, hay una variedad estimable de legumbres apiñadas en una esquina, puedes encontrar frutos secos que no estén fritos ni salados y que puedas cocinar. Y todo eso estaba ahí, probablemente desde siempre, aunque no has podido verlo hasta que se ha desarrollado tu mirada verde.

Para terminar, creo que la mirada verde surge como parte de una transformación interior. Es así como te das cuenta de que los animales no son recursos, no son ingredientes, sino seres que, con toda probabilidad, merecen seguir existiendo tanto como tú misma. ¿Con qué derecho, entonces, arrancas sus plumas, rasgas su carne, desangras sus cuerpos? ¿Cómo se te ocurre encerrarlos, explotarlos, meterlos en un envase? Y sin embargo, lo haces desde siempre, y seguirías haciéndolo si la mirada verde no te hubiese revelado que eso es lo que estaba ocurriendo en realidad.

Encantada de tenerla. Y de seguir desarrollándola.

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